COLUMNAS

Hablemos de futuros del pasado

Juan Manuel González

En abril de 1955, líderes y delegados de 29 países de Asia, Africa y Oriente Medio se reunieron en Bandung, Indonesia, en una cumbre inédita de países que habían adquirido su independencia muy pocos años antes. Esta reunión fue convocada por los mandatarios de Indonesia, India, Pakistán, Burma (Myanmar) y Ceylán (Sri Lanka). Estas personas manifestaron de manera muy fuerte su insatisfacción con la manera en que los países occidentales industrializados estaban tomando decisiones sin consultarlos y que afectaban los países de Asia, indicaron su preocupación por las fuertes tensiones entre Estados Unidos y China y los posibles efectos que esto podría tener sobre el resto de Asia, y plantearon su oposición al colonialismo en todas sus manifestaciones, en apoyo a los territorios en Asia y Africa que aún no habían logrado su independencia.

La Conferencia de Bandung fue una declaración internacional de que el Sur también tenía voz, y que debía ser partícipe como cualquier otra región en el diseño de futuros y en la toma de decisiones, tal y como estaba establecido en la declaración de la Organización de las Naciones Unidas. Como resultado de la Conferencia se emitieron unos principios alrededor de consideraciones como: integridad territorial y soberanía; un llamado a la paz, la coexistencia pacífica y la no agresión entre países; la no interferencia en los asuntos internos de los países; el reconocimiento de los derechos de todas las razas; y llamados para una cooperación sur – sur. La Conferencia de Bandung marcó la pauta para otros movimientos de autodeterminación y de acciones colectivas desde el sur, como el movimiento de los No Alineados y el Grupo de 77, movimientos que en su momento lanzaron visiones emancipatorias de un nuevo orden mundial libre de imperialismos.

Para efectos de esta columna, quiero resaltar un aspecto en particular de esta reunión y de los argumentos planteados por los líderes y delegados presentes: la imagen de futuro subyacente en las conversaciones y las discusiones. La independencia, soberanía y autonomía política reclamada correspondería a un tipo de organización territorial político administrativa particular que aún no existía en muchas de estas regiones – los estados nacionales. Junto a esto, había una imagen de un futuro económico basado en la modernización de economías nacionales, con el objetivo de hacer crecer la capacidad de producción de estos países y con ello aumentar la capacidad de consumo y el nivel de vida de sus poblaciones. Esta modernización política y económica conllevaría una modernización cultural en la que se emularían valores y comportamientos occidentales.

Asociado a esta imagen de futuro estaba la definición del presente de estos nuevos países como uno de falta de desarrollo, o de subdesarrollo como se decía en esa época. Esta imagen, representando el paso de condiciones caracterizadas por órdenes tradicionales, atraso e insuficiencia a una situación de modernidad, progreso y abundancia compartida, estaba en la base tanto de visiones liberales de modernización, como de perspectivas marxistas. Las dos aproximaciones planteaban visiones lineales de la historia de la humanidad, definida en ambos casos como una secuencia de etapas o fases por las que transitan todas las sociedades siguiendo una trayectoria única. Una diferencia central entre estas dos aproximaciones radicaba en dónde se definía la finalización de la historia: en un capitalismo avanzado, maduro y universal establecido en estados nacionales democráticos, en un caso, o en socialismo, en el otro. Algunos países intentaron no alinearse políticamente con ninguna de las dos potencias enfrentadas en la guerra fría, pero eso es otra historia; lo que interesa aquí es la visión de futuro que estos líderes imaginaban para sus jóvenes países.

Este futuro emergió entonces como una promesa, esto es, como una idea de algo posible y deseable para todas las sociedades del planeta. La meta era alcanzar a los países que ya lo habían logrado en Europa Occidental y Norteamérica. Este proyecto, que se acuñó con el término desarrollo, se convirtió en un proyecto central de los países del sur, incluso en su aspiración principal. Sus élites políticas, económicas e intelectuales se concentraron en esto. En este sentido, se podría considerar que el proyecto de desarrollo era “postcolonial”, en tanto que les abría la posibilidad a las antiguas colonias a llegar a ser como sus antiguos centros imperiales.

Detrás de esta imagen de futuro, y como soporte de ella, se diseñó y desplegó un andamiaje enorme y complejo cubriendo varias dimensiones de la vida social. Este armazón estaba compuesto de varios tipos de elementos estructurantes: conocimientos, plasmados en teorías y modelos; técnicas, en forma de métodos, instrumentos y procedimientos; reglas, materializadas en leyes y regulaciones; y organizaciones, tanto internacionales como a nivel de cada país. Este andamiaje planteó qué se debía hacer y cómo, así como quienes estaban autorizados para su diseño y ejecución. Un gran número de líderes de los países de América Latina, Asia y Africa se formaron en universidades de Europa y Estados Unidos con el fin de desplegar y llevar a cabo todo esto.

Volvamos a Bandung en 1955 y al futuro que discutían los asistentes a la cumbre con unas preguntas: la autodeterminación que reclamaban, a qué se refería? En qué sentido lo planteaban? Con respecto a qué? Al imaginario de alcanzar las formas de organización social y los niveles de vida de los países de Europa Occidental y los Estados Unidos, pero con un fuerte énfasis en cómo llegar allá? Si es así, esta ha resultado ser una promesa esquiva. Tras varias décadas de “estar haciendo la tarea”, los países considerados no desarrollados en los 1950s no han logrado el crecimiento económico sostenido, la prosperidad universal y la estabilidad política sugeridas en los modelos y las teorías. Ha habido muchos esfuerzos por tratar de explicar las razones del fracaso, y durante varios años analistas y expertos han sugerido como culpables a varios factores diferentes, por ejemplo: estados débiles o fallidos, la propensión a la corrupción, mercados imperfectos o incompletos, marcos regulatorios y reglas de juego inadecuadas, falta de una clase emprendedora, poca innovación y desarrollo tecnológico, rasgos culturales incompatibles con la modernización, entre otros. Un punto importante aquí es que todas estas causas sugeridas del “fracaso” siempre se han ubicado dentro de los países del sur y sus poblaciones; al parecer, hay algo característico de estas sociedades que no permite que progresen. O será posible que la trayectoria hacia el futuro de pueblos tan diferentes no era tan clara como había sido imaginada?

Por otro lado, desde hace algún tiempo vemos que los niveles de vida y de consumo de los países considerados desarrollados se han vuelto motivo de preocupación para mucha gente dados los efectos que estos tienen sobre los sistemas naturales del planeta, tal y como lo había previsto el Club de Roma en su libro “Los límites al crecimiento” en 1972, y se evidencia actualmente con el cambio climático. Nociones y mediciones relativamente nuevas como la huella ecológica, hídrica o de carbono, por ejemplo, plantean que la prosperidad de unos se ha podido realizar a costa de la seguridad ecológica de otros. Esto sugiere que tal vez, en un planeta finito, no es posible la meta de abundancia y prosperidad universal en los niveles que alguna vez fueron imaginadas.

A pesar de todo esto, las “tareas” que se trazan la mayoría de los países hoy en día, ya sea impuestas por agentes externos como pueden ser agencias multilaterales de diverso tipo, o diseñadas internamente por élites locales, siguen basándose en imágenes de futuro por defecto, todavía informadas por los argumentos y supuestos de teorías, modelos y patrones que llevan décadas implementándose, en ocasiones incorporando correctores para los nuevos factores sugeridos como causantes de los pocos avances que mencioné arriba.

Durante casi un siglo se han diseñado y desplegado planes y proyectos, arreglos institucionales y sociales, políticas públicas y organizaciones para diseñar sociedades con la pretensión de lograr que todos los pueblos sigan una misma trayectoria y logren un mismo nivel según unos criterios estandarizados y genéricos. Estos diseños del pasado, basados en su momento en unas imaginaciones del futuro muy particulares de unos pocos, y en unos supuestos específicos de cómo debe funcionar el mundo y de cómo lograr los objetivos planteados, en gran medida han moldeado el presente y seguirán moldeando el futuro si no se someten a discusión pública. Por esto, es importante reconocer estos ‘futuros del pasado’, que informan y dan forma a tantas dimensiones de nuestra vida presente; develar las imágenes deseadas, los supuestos detrás de las propuestas y los andamiajes que los sostienen, como parte de ejercicios, no solo por comprender mejor el presente, sino para con ello poder sugerir nuevas y diferentes imaginaciones de futuros, con supuestos asociados a una mayor diversidad de aspiraciones, y así buscar construir de manera colectiva futuros más incluyentes y sostenibles.