COLUMNAS

Las nociones temporales del colonizado

Carmen Ibañez – COLEGIO INTERNACIONAL DE GRADUADOS “TEMPORALIDADES DEL FUTURO” (BERLÍN/MÉXICO)

La manera como vivimos el tiempo es una experiencia subjetiva que de cierta forma está determinada por nuestra experiencia cultural, son varios los estudios que han demostrado cómo diferentes sociedades conceptualizan el tiempo de manera distinta, así por ejemplo tenemos los trabajos, no libres de polémica, de Evans-Pritchard (1978), Leach (1963), Geertz (1995) o Deloria (1983). Puedo asegurar, con argumentación teórica pero también con materialidad práctica que el tiempo universal no existe, pues el tiempo como el lenguaje o el dinero, es un portador de significados, una forma a través de la cual definimos contenido entre el Yo y el Otro (Fabian 1983: 9) es decir, cada grupo social se orientará en el mundo resignificando los conceptos que le llegan de otras fuentes y de otros grupos sociales.

Foucault (1970) advertía que la idea del tiempo tal como lo entendemos, es un artefacto cultural y sobre todo el resultado de relaciones de poder, Deloria (1983) profundizaba en el tema de la colonización –a lo que hoy conocemos como el continente americano– afirmaba que la dominación que los colonizadores buscaron ejercer sobre los indígenas tenía mucho que ver con la imposición de nuevas nociones del tiempo y que se buscó sustituir las formas de pensar indígenas por las del colonizador.

Aportaré con un argumento más a esta propuesta y diré que, aunque la invasión española a los Andes se ha considerado con frecuencia una colisión cultural, lo que sigue siendo menos considerado es que también fue una colisión de temporalidades. Frecuentemente se argumenta que la colonia supuso el desarrollo en términos de una frontera a ser superada pero se ha dicho poco sobre la implicación de una búsqueda de convivencia híbrida de temporalidades, en la cual se busca domesticar la temporalidad del colonizado y se pone como función rectora la temporalidad del colonizador. Es claro que esta heterogeneidad es experimentada de manera muy diferente por el colonizador y el colonizado y ahí radica el problema.

Chakrabarty (2000) siguiendo este hilo argumentativo afirma que el problema latente sobre la construcción de la narrativa histórica, tiene relación precisamente en la centralidad de Europa como «sujeto teórico» para el cual el estado-nación occidental es el objetivo de la realización política y la modernidad el objetivo a alcanzar por todas y cada una de las sociedades.

A este tema, la búsqueda permanente de una convivencia híbrida de temporalidades, dediqué y dirigí en los últimos años mis investigaciones. Para ello, recorrí regiones quechuas del Ecuador y Bolivia, busqué aprender de los y las indianistas tomando prudente distancia de la producción teórica indigenista, escudriné en los archivos el legado de la escuela de andinistas de los años setenta y por supuesto he buscado escuchar, entender y digerir a través ya no sólo de lectura sino también del diálogo, los argumentos temporales lineales de occidente.

Bien, los argumentos históricos recopilados de manera escrita como oral demuestran que cuando los colonizadores llegaron a tierras americanas, trajeron consigo el caos, el desorden, el mundo patas arriba: un pachakutik con resultados devastadores. No hablamos sólo de una invasión, hablamos de un genocidio que buscó además acabar con el episteme indígena.

De repente había un solo dios del cual se hablaba en masculino y que se comunicaba sólo con humanos y además a través de paños blancos (la Biblia), de repente eran hombres los que tenían que interceder por las mujeres ante un dios que era también hombre y que estaba resguardado por santos que en su mayoría eran hombres. El proceso de evangelización de los colonizadores no solo buscó adoctrinar a los pueblos indígenas en una religión que excluía a las mujeres de los puestos de estatus, sino que consideró que cualquier participación de mujeres en rituales religiosos era tabú. Esto significó que, bajo el dominio colonial español, a las mujeres incas se les prohibía ejercer roles anteriormente sagrados de comadrona, sanadora y confesora, una función que, en la fe cristiana, era legítimo cuando lo realizaban hombres. De hecho, la participación de las mujeres en tal mediación, considerada una parte integral de la religión incaica y fuente de prestigio femenino, se consideraba un sacrilegio en el cristianismo, pues como dice Vieira (2000: 524) “women’s role as confessors in Inca society was especially shocking to Spanish priests, who, being from a patriarchal society, were indignant at the thought that a woman would dare to exercise that kind of power” lo cual en una sociedad colonial en rápido desarrollo pronto dominó y tuvo un impacto fundamental no solo en las creencias religiosas nativas, sino también en las ideologías de género. Estos cambios no fueron un buen augurio para lo que siglos después sería el rol de las mujeres en tierras americanas.

Este como otros muchos temas provocaron un verdadero revuelo en la psiquis de los indios. Pero los indios y las indias fueron formados bajo un episteme según el cual el mundo sólo se forma de esa manera es decir, que a una época de orden y paz le sobreviene una de caos y desorden. Por ello, cuando los españoles llegaron, su idea de pachakutik¹, la noción de que el tiempo está girando en un espiral en movimiento, les sirvió para dar sentido en su psiquis a lo que sus ojos veían pero su mente no comprendía. Si bien la presencia de las fuerzas que señalan el caos coincide con la llegada del colonizador, que ahora conduce al pueblo a una debacle, la posibilidad interpretativa señalaba un desplazamiento del poder, porque según la cosmovisión andina, la vida esta hecha de alternancias (Manga, 1994) significa que en algún momento, el mundo nuevamente tendrá su pachakutik y el colonizador tiene que ser remplazado, de allí la noción de utopía andina.

Si se pone en el centro de la discusión la temporalidad en sus relaciones con la representación, nos vemos retrotraídos a cuestiones por lo general ignoradas en los discursos contemporáneos aunque Braudel (1972) ya haya llamado la atención sobre ellas. En este sentido, demuestro que las temporalidades se superponen y se entrelazan, particularmente en los Andes donde entendemos que los desarrollos a largo plazo, las desviaciones más o menos rápidas y las temporalidades de larga duración están encajadas unas dentro de otras, en ocasiones se anulan, en otras se revelan pero la multiplicación de sus efectos es una constante. Con lo dicho, invito al lector o lectora a ampliar su mirada hacia un campo poco explorado, el de las temporalidades y le desafío a una lectura que subvierta el orden de los factores, que de voz al colonizado y a la colonizada, que hable ya no solo sobre sino, con indios y que sobre todo interpele este orden rector lineal y ascendente del tiempo.

Para una contextualización desde una perspectiva histórica pero también desde la antropología social y cultural pongo a disposición los resultados de mi investigación en un material bibliográfico de pronta circulación y que llevará por título ¿El futuro fragmentado? Proyecciones expectativas e imaginarios en los mercados populares de los Andes desde este manuscrito, interpelo sobre la realidad social y política de sociedades que se miran así mismas como mestizas a través de dos preguntas centrales ¿Cómo puede una sociedad con imaginarios sobre el futuro al parecer distantes, una lineal y ascendente y otra en forma de espiral y en movimiento, proyectar un futuro conjunto? ¿Colisionan, se complementan, se rechazan, se fragmentan? Y tomando la sugerencia benjamiana (2005) de cepillar la historia «a contrapelo» ofrezco factos que guían a resultados que difieren de la idea de los indígenas como seres sumisos que la historia de la colonización intenta penetrar en nuestro imaginario.

¹Bouysse & Harris (en Acorsi 2018: 26) afirman que fue precisamente esa concepción de pachakutik (el mundo se da la vuelta) fue empleada por los Incas para justificar su propia sucesión, por cuanto el equilibrio se lograba mediante la sutil combinación de elementos pares y opuestos. El mundo de los hombres no era más que un espejo del mundo cósmico, su doble, estando ambos en un permanente estado de contacto y dependencia.

 

Bibliografía

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