Las esperanzas y los temores proyectados hacia el futuro influyen fuertemente en la toma de decisiones políticas y socioeconómicas, en la producción cultural y en las prácticas cotidianas, configurando así la convivencia social en su conjunto. Las amenazas actuales que se presentan a las sociedades latinoamericanas hacen urgente el avance de visiones del futuro, mientras que las ideas y conceptos occidentales hegemónicos sobre el desarrollo no están a la altura de los desafíos que plantean los conceptos e ideas conflictivas sobre el futuro en la era de la globalización. Algunas investigaciones existentes sugieren que las agendas y los conceptos analíticos están influenciados por las preocupaciones sobre el futuro o, más recientemente, por la conciencia de una ausencia total de futuro (Chakrabarty 2009). Siguiendo una distinción entre un antiguo régimen de temporalidad, regido por el pasado, y uno moderno orientado a la futuridad, algunos estudiosos consideran que esta creencia en el futuro se ha evaporado junto con las promesas de las teorías de la modernización (Hartog 2011). Marc Augé llama la atención sobre el hecho de que prevalece una situación de extrema desigualdad respecto a quién define este futuro como parte de «nuestro» presente (Augé 2015). Entendiendo el tiempo y las temporalidades como socialmente construidos (Elias 1984), un enfoque centrado en los autores de prácticas cotidianas de aspiraciones y anticipaciones permite investigar las temporalidades del futuro en America Latina, una región que históricamente ha estado en la línea divisoria de cambios épocales para la comprensión de temporalidades, pero que ha sido marginada en el proceso de colonización y modernización occidental.
Temporalidades del futuro
El tiempo, al igual que el espacio, suele concebirse como una categoría básica de la existencia humana. Sin embargo, al ser la menos real de todas las características de la realidad (Zubiri 2008), el tiempo en sí mismo es difícil de definir y de tratar. Cómo exactamente y con qué consecuencias se desarrollan, efectúan, discuten, descartan o alteran los conceptos de tiempo y temporalidades, depende del respectivo grupo social y de sus condiciones (McKeon 1974). En otras palabras: las personas humanos organizan el tiempo de acuerdo con ciertas creencias y preferencias y son » fabricantes de tiempo » (Serres 1992). La antropología nos recuerda que el paso del tiempo puede interpretarse de varias maneras: como un ciclo o como decadencia, como caída o como inestabilidad, como retorno o como presencia continua (Munn 1992, Adam 2004, Gell 2001, Geertz 1983). El entrelazamiento de las categorizaciones del tiempo y la certeza apunta al hecho de que el tiempo es una cuestión moral, que implica conceptos como la verdad, la virtud, la autoridad, el deseo, el progreso, las aspiraciones y las anticipaciones (Gingrich/Ochs/Swedlund 2002). En los últimos años, estudiosos y estudiosas latinoamericanas han hecho aportes cruciales a esta línea de investigación, señalando que lo temporal son los mundos, las sociedades y las vidas individuales. Desde la experiencia regional de la diversidad, por tanto, es preferible hablar de diferentes temporalidades para investigar la comprensión del tiempo por parte de las personas (Valencia García 2010). Los seres humanos perciben el tiempo en términos de temporalidades, según sus contextos culturales. Cuando con la colonización los españoles y portugueses se adentraron en los márgenes y territorios itinerantes y establecieron asentamientos estables, estas fronteras quedaron así sujetas a ciclos climaticos, pero sus recursos naturales y sociales fueron explotados por cada grupo residente en ritmos superpuestos, complementarios o conflictivos, según sus respectivas temporalidades de reproducción social (Iparraguirre 2016). Al centrarse en las múltiples temporalidades del futuro en América Latina, sin embargo, las voces silenciadas y ocultas que compiten con las ideas occidentales pueden hacerse audibles (Motta 2015) y hacer que la investigación sea consciente de la pluralidad, la variabilidad y la apertura del futuro. Desde un punto de vista teórico, la distinción estricta entre el pasado y el futuro parece, pues, obsoleta: ambos son casi igualmente inciertos, ya que ambos son «tiempos ausentes» (Landwehr 2016). Al igual que con las experiencias pasadas, los seres humanos se relacionan con el futuro de diferentes maneras, pero siempre desde la posición de su propio presente (Assmann 2013), como ilustra el aforismo aymara qhipnayr uñtasis sarnaqapxañani que puntualiza la necesidad de “caminar por el presente con un futuro en la espalda y un pasado ante la vista” (Ibañez, com. pers.).
Desde el primer encuentro y confrontación de múltiples actores de diversos contextos y con ideas divergentes en las Américas, este «Nuevo Mundo» de posibilidades interactivas fue tan atemorizante como prometedor tanto para europeos como para indígenas, llevándolos a cambiar constantemente sus aspiraciones y anticipaciones. La idea de la conquista colonial suele ser entendida en términos espaciales como una conquista de territorio, pero marca sobre todo un punto en el tiempo que posteriormente es proyectado por los conquistadores desde un presente arbitrario hacia un futuro aparentemente infinito a través de la repetida narrativa de la conquista como una línea divisoria entre un pasado bárbaro y un futuro común deseable para todos los interesados (Hölck/ Rinke 2016; Rinke 2022). Este concepto lineal del tiempo se ve desafiado en muchas sociedades indígenas por la necesidad anticipada de renovar constantemente las relaciones entre individuos y grupos, así como entre los seres humanos y la naturaleza que los rodea, mediante interacciones futuras para lograr el reconocimiento mutuo y la confianza (Hölck 2014, 2016). La renovación y el principio de reunión ponen así el acento en el movimiento del tiempo y no deben confundirse con las concepciones «cíclicas» del tiempo (Nowack 2013; Ibáñez 2019).
Dinámicas de aspiraciones y anticipaciones
Las aspiraciones se refieren al proceso de creación activa del futuro (por ejemplo, proyectos de conquista y colonización, establecimiento de sistemas educativos, movimientos revolucionarios), mientras que el término anticipaciones denota una reacción a posibles desarrollos futuros y una forma de hacer frente a la contingencia (por ejemplo, preparativos para desastres naturales o desarrollos demográficos). Tanto las aspiraciones como las anticipaciones están sujetas a cambios inducidos por acontecimientos o desarrollos de plazo largo a escala local, regional o global. La pandemia de COVID19, por poner un ejemplo real, ha transformado tanto las aspiraciones como las anticipaciones en pocos meses (Aziz 2020, Navarette 2021).
Arjun Appadurai sugirió la capacidad de aspiración como una condición esencial para que los estratos sociales más bajos se forjen un futuro mejor (Appadurai 2013). Como continente de la esperanza, América Latina impulsó las aspiraciones de los europeos y otros recién llegados desde los primeros días de la colonización y, a través de las olas de emigración de los siglos XIX y XX, cuando la emigración fue forzada por los desastres sociales en el Viejo Mundo. El libro Brasil – Pais del Futuro de Stefan Zweig (1941) es un excelente ejemplo de esas proyecciones aspiracionales. Ya antes, la Utopía de Tomás Moro, publicada en 1516, se convirtió en una etiqueta para todo un género literario y en un concepto clave del análisis social. En su novela, Moro diseñó «la mejor condición del estado» en la isla ficticia de Utopía, situada en el Nuevo Mundo. Las ideas de Moro refluyeron hacia América, y su influencia en la labor evangelizadora, especialmente en sus inicios, ha sido destacada desde el estudio seminal de Silvio Zavala de 1937 sobre las actividades del primer obispo de Michoacán Vasco de Quiroga (Hernández Arias 2012).
Las anticipaciones, a su vez, se refieren a una preparación individual o colectiva para los acontecimientos inevitables o aparentemente inevitables que se aproximan: una conciencia y aceptación del cambio futuro. Las anticipaciones son un intento de hacer frente a acontecimientos aparentemente ineludibles y, por tanto, de transformar los peligros en riesgos manejables (Luhmann 1993). En el Valle de México, por ejemplo, la gestión del agua ha sido una de las principales preocupaciones de la anticipación desde las primeras civilizaciones. Mientras que los tlatoani mexicanos se encargaban de la construcción y el mantenimiento de diques, esclusas y canales para evitar la inundación de las zonas residenciales en Tenochtitlan y la agricultura chinampa en la región de Xochimilco, los españoles intentaron controlar estos flujos de agua drenando la meseta por completo (González Morales 2013). Como han demostrado nuestras recientes investigaciones, el megaproyecto de la gestión del agua en el Estado de México sigue siendo un tema vigente (Mendoza 2021). En general, la adaptación o negación del proyecto occidental de «modernización» en América Latina es un caso de estudio permanente de la maleabilidad histórica de las anticipaciones. Cuando la Primera Guerra Mundial supuso un cambio radical de perspectiva y una nueva forma de pensar el futuro, los modelos europeos habían dejado de ser creíbles y los protagonistas latinoamericanos buscaron nuevos futuros (Rinke 2017).
Como se ha esbozado brevemente, América Latina, como pantalla de proyección de visiones de futuro y objeto paradigmático de reflexión situado en la interfaz de los desarrollos a estudiar, tanto en la discusión académica como en la realidad empírica, es un tesoro para la investigación sobre el tiempo y las temporalidades del futuro. No obstante, la discusión sobre los mecanismos y efectos de la construcción del futuro y su correlación con las realidades sociales en América Latina es aún incipiente y requiere de estudios más profundos e interdisciplinarios a los que este proyecto invita globalmente a todos los estudiosos de todas las disciplinas.
Literatura
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