COLUMNAS

Caminando por un museo digital

Moira Sanjurjo

Cada vez que entro a un museo siento la misma impresión que sentía de niña, mirando asombrada hacia todas las direcciones, de la mano de Hebe. Pasar por la boletería, esperar en el foyer y empezar a disfrutar de todo un recorrido asombroso que siempre iba acompañado de sus relatos mágicos. Hebe nos explicaba a Carli y a mí, todo tipo de anécdotas que cubrían desde fechas históricas o descripciones de las obras que íbamos viendo, hasta detalles y texturas de la arquitectura. Para nosotros, ella lo sabía todo y nos relataba ingeniosamente esas historias que seguiríamos recordando con humor y afecto a lo largo de los años. Carli y yo somos los dos arquitectos.

Cuando entré al Museo de los FI 2084, tuve la misma emoción de mis tempranas experiencias y me llamó la atención la gran similitud que pueden tener los espacios virtuales de los reales. Las nuevas tecnologías y los últimos años de pandemia, nos impulsaron a adueñarnos de la virtualidad de forma compulsiva. Hablamos de espacios áulicos, de reuniones de trabajo y hasta de celebraciones en el medio virtual y usamos las mismas palabras para describir sus cualidades.

Una de las razones por las cuales me gustaba ir a los Museos con Hebe era que nunca seguía el recorrido sugerido, que por lo general estaba organizado cronológicamente. Por el contrario, nos llevaba de una sala a otra armando un itinerario que coincidía con sus relatos, donde entramaba alguna historia de piratas o niños aventureros que eran los protagonistas de sus cuentos. Yo tenía mi personaje preferido que nunca coincidía con el que elegía Carli.

El museo Fi 2084 me permitió recorrerlo en múltiples direcciones, muchas de ellas sugeridas por los temas de búsqueda o las palabras clave y muchas que surgían de mis propias relaciones. Me pregunto si mis travesías no son otra cosa sino ficciones personales que puedo construir a partir de mis lecturas, mis gustos y por qué no de mis experiencias pasadas. Nicolas Bourriaud, describe a los artistas contemporáneos como semionautas que enlazan itinerarios subjetivos por objetos, sujetos y espacios, donde el valor de su obra no reside en el producto sino en las relaciones en que se produce la misma.

“El artista se transformó en el prototipo del viajero contemporáneo, en el homo viator, cuyo paso a través de los signos y de los formatos remite a una experiencia contemporánea de la movilidad, del desplazamiento, de la travesía (Bourriaud, 2009, p. 131).”¹

 

Otra rasgo que descubrí con asombro fue la curiosa semejanza del “tapiz“ de trabajos subidos a la plataforma del Museo FI 2084 y la obra de Aby Warbourg en su Atlas Mnemosyne. Un pionero del pensamiento relacional cuando todavía no había debate suficiente para comprender los alcances de su extensa y curiosa obra. Warburg, en su Atlas, proponía una nueva manera de interpretar la Historia del Arte utilizando la potencia de la imagen como objeto de estudio cultural. Lo interesante de la obra de Warburg es que la dinámica de construcción de significado es justamente la relación que establece entre las imágenes, El foco está puesto en esas conexiones más que en cada parte por separado. De alguna manera, también anticipó el concepto de “montaje” que en simultáneo desarrollaba el cine como actividad que conceptualizaba el relato cinematográfico. No es casual su tardío descubrimiento y valoración a fines del SXX, cuando es rescatado por autores como Geoges Didi Huberman, que para describir su obra señala:

“La investigación erudita, tan típica de Warburg, (…) es narrada como un viaje. Extraño viaje, en verdad, cuya lógica no se parece tanto a una narración lineal como a un “montaje de atracciones”, para retomar una expresión tan del gusto de Eisenstein.” ( Didi-Huberman, 1998, p.19)²

Una actividad que llevábamos a cabo cuando volvíamos de la visita a los museos era pegar en una hoja de papel, recortes de los folletos que Hebe cuidadosamente guardaba en su libreta, cuando nos íbamos. En ese rescate, muchas veces se filtraban folletos de exposiciones anteriores, minuciosamente acomodados para adornar los anaqueles de madera cercanos a la salida, que también era la entrada. En ese ritual recomponíamos nuestro recorrido y podíamos dibujar por encima. Todo estaba autorizado. Generalmente mi recuerdo no coincidía con el de Carli que inquisidoramente me corregía hasta que se cansaba y me dejaba expresar mi arte libremente.

El Museo de Futuros nos invita a recorrerlo de múltiples maneras y descubrir nuestras propias analogías, recurrencias y sorpresas. Uno de mis experimentos fue tensar el tapiz con la combinación de dos o tres filtros y volver a hacerlo de nuevo con otros más. Llamativamente, quedaban los mismos trabajos que habían llamado mi atención por algún motivo, cuando hice mi deriva inicial. De este modo, descubrí que no tenía categorías para agruparlos, tal vez mi formación y mis prejuicios me impedían re-catalogar mi selección. Por consiguiente, tuve que volver a empezar y entender que debía mirar con ojos nuevos mi recorte, si es que pudiera hacerlo. Finalmente lo conseguí siguiendo el ciclo que me ofrecían las bases del Museo para desarrollar sus construcciones de sentido: Activar, compartir, dialogar y aprender, y conectar. Allí estaba la clave para ensanchar mi panorama. En esta nueva etapa, mi descubrimiento fue encontrar que el futuro nos interpelaba con nuevos acuerdos sociales, urbanos, gráficos y éticos; también con nuevas discriminaciones y diferencias.

Momentáneamente, llamé “proximidades“ a mis hallazgos para diferenciarme de lo ya conocido y detecté tres ejes posibles para hacer una lectura.

En primera instancia advertí “nuevos equilibrios“. Un maravilloso ejemplo son los ejercicios presentados por la Cátedra de A77, de la Universidad de Buenos Aires, que lejos de plantear una mirada dialéctica entre dos polos opuestos, utopías y distopías, abren una reflexión que alienta a asumir una posición crítica sobre los escenarios posibles. El ejercicio parte del planteo de una estructura conceptual en aparente equilibrio, donde los términos conviven en tensión y el sujeto con su imaginario es quien propone la posibilidad de cambio, mutación o variación.

En segundo término observé los “nuevos acuerdos”. Por un lado, ¿Quién quiero ser en 2084? plantea una mirada alternativa donde las disciplinas pasan a ser post disciplinas, es decir que fusionan sus límites para combinar y articular competencias y destrezas. El ingeniero agrónomo también es ingeniero en alimentos, el arquitecto es también ingeniero y el antropólogo se convierte en vidente científico del futuro. Esta mirada integradora se basa en circuitos virtuosos de producción y de construcción de saberes más inclusivos y holísticos. Por otro lado, Hiper Lugares móviles, plantea una idea de movilidad urbana y espacial, para el acceso a la educación, al comercio y a la producción. La propuesta describe un futuro de inclusión e iguales condiciones para toda la sociedad.

Por último, en la tercera línea detecté “nuevas diferencias“. El caso de El futuro del Género: una construcción social destinada a la extinción, describe un futuro sin género, sin diferencias y discriminaciones, como las actuales. Hago el ejercicio de visualizar una instantánea en una sociedad donde no haya género y me pregunto si lo que se puede extinguir serían también las discriminaciones que generen entornos más híbridos en un sentido, pero siempre con diferencias. También incluyo en este apartado a Indoor lung, que hace una fuerte crítica a la globalización. El inglés es la lengua diferenciadora de las clases y las ciudades se jerarquizan de arriba hacia abajo. Indoor lung propone un espacio “natural” como espacio de privilegio y exclusivo, biosfera, ecosistema para un usuario que puede pagarlo. Altas propiedades de beneficios con un alto gasto de energía que anula las comodidades para los pisos más bajos. Es un pequeño precio por un gran beneficio para unos pocos. Esta propuesta cargada de ironía interpela la mirada globalizada que favorece a menudo a una minoría privilegiada.

A Hebe le hubiera fascinado conocer la obra de Warburg y también recorrer el Museo de Futuros, se hubiese sentido tentada a explorar distintos caminos para comprender la naturaleza flexible y dinámica que ofrecen ambos espacios. Creo que la arquitectura de los relatos de Hebe fueron una verdadera anticipación para nosotros, esa manera un poco transgresora y original de mantener nuestro interés aún incluyendo nuestras preguntas y nuestras ocurrencias cuando nos animábamos a interrumpir su relato. Luego, la libertad de hacer propia la experiencia en una actividad lúdica sin condicionantes, nos dejaba continuar imaginando un pasado y un futuro, pero desde nuestra propia mirada.

Eso mismo pude hacer en mi visita al Museo de Futuros.

 

  1. Bourriaud N. (2009) Radicante. Argentina: Adriana Hidalgo Editora
  2. Michaud P. (2017). Aby Warbourg y la imagen en movimiento. Argentina, Universidad nacional de las Artes (UNA) Editora